miércoles, septiembre 12, 2007

La pasión de investigar

Investigar. Dice la RAE al respecto: “(Del lat. investigāre). 1tr. Hacer diligencias para descubrir algo. 2.tr. Realizar actividades intelectuales y experimentales de modo sistemático con el propósito de aumentar los conocimientos sobre una determinada materia”. Pero la Real Academia no acota esas materias, no invalida sistemas, no limita estrategias. Porque investigar, aprender, buscar conocimiento, es una necesidad innata del ser humano. Pensamos, y por lo tanto sentimos curiosidad, por ello buscamos respuestas a las preguntas que nos hacemos todos, en todo el mundo, desde siempre.

Por eso debemos investigar, siempre, todo y sin cesar. Y pocos campos del conocimiento humano nos ofrecen tantas posibilidades de investigación, como el mundo del misterio. El obvio, lo se. Porque todo lo que calificamos de misterio, por la propia definición es susceptible, y por tanto obligado, de ser investigado. ¿Existe alguna forma de vida tras la muerte o nuestros recuerdos y vivencias desaparecen? ¿Somos la única forma de vida inteligente del universo? ¿Conocemos todo el potencial de la mente humana? ¿Qué hay de cierto en las leyendas y mitos de la tradición? ¿Cómo eran realmente las civilizaciones perdidas? ¿Cuáles son los secretos de los hechiceros, chamanes y médicos tradicionales? ¿Conocemos todas las formas de vida que habitan el planeta?... Son tantos los misterios que nos rodean que probablemente jamás lleguemos a conocerlos todos. De hecho es posible que nosotros no seamos capaces de descifrar, ni uno sólo, en toda nuestra vida. Pero, demonios, merece la pena intentarlo. Porque lo maravilloso de la investigación no es que consigamos, o no, resolver el enigma, sino todo lo que aprendemos mientras lo intentamos. Y, cuidado, no importa como lo hagamos. Solo importa que lo intentemos. Porque son muchas las formas que existen de enriquecer nuestra mente mientras buscamos respuestas al misterio.

Algunos buscan esas respuestas en países lejanos y en lugares remotos. Y es lógico. Si tu salud, obligaciones y economía te lo permiten, viajar siempre es instructivo. No importa que lo hagas en busca del monstruo del Lago Ness, tras la pista de los faraones o en pos de alguna sabiduría oriental. Si puedes, viaja. Y cuanto más lejos, mejor. Conocer a personas de otras culturas, credos y lenguas, con creencias y costumbres especialmente distintas a las nuestras, siempre nos enriquecerá. Incluso aunque regresemos a casa sin saber quien construyó las pirámides, como se contorsionan los yoguis o quién hace los círculos de Inglaterra. Mientras buscamos esas respuestas habremos aprendido otras muchas cosas maravillosas. Y quizás más importantes.

Otros piensan, con razón, que no hay nada en esos remotos países que no podamos encontrar en el propio. Y es que en cada región de nuestras propias naciones hay casos, cosas y gentes fascinantes, que han protagonizado todo tipo de sucesos extraordinarios. A solo unas horas, quizás unos kilómetros, de nuestra propia casa, existe un lugar, o una persona, que puede enseñarnos algo más sobre eso que llamamos el misterio. Y sin necesidad de soportar traductores, mosquito,s aduanas, ni dietas excéntricas. Además, lo mejor del trabajo de campo es que, en muchas ocasiones, la expresión de una mirada, el quiebro en la voz, o el temblor en las manos de un testigo de lo paranormal, nos ayudaran mucho más que cualquier ensayo científico, a comprender la esencia del misterio.

Pero también existen quienes no pueden (por razones de salud o económicas), o no necesitan viajar para buscar respuestas a sus preguntas. Y de la misma forma en que el magnífico Poirot de Agatha Christie, o cualquier perfilador del FBI del mundo real, no necesita examinar fisicamente la escena del crimen para buscar al culpable, algunos investigadores prefieren eludir la contaminación emocional, o simplemente prescindir del factor humano, para realizar sus análisis. Opinan, como el admirable Gil Grissom, que “los testigos mienten pero las pruebas no”, y por eso eligen las estadísticas, los archivos o los fríos laboratorios, para realizar sus estudios. O simplemente no tienen tiempo o dinero para investigar de otra manera. Y en estos casos la red informática, la biblioteca o la hemeroteca sustituyen a la cámara de fotos y la grabadora.

Encuestar testigos, coleccionar noticias, experimentar en laboratorio, hacer estadísticas, consultar bibliografía… todo es lícito a la hora de investigar. Y todos salimos ganando cuando un nuevo caso, explicado o no; un nuevo testimonio, real o fraudulento; o un nuevo análisis, discutible o no, llega a nuestro conocimiento. Porque el avance en el campo del misterio, como en cualquier aspecto de la ciencia, se obtiene en equipo. Reuniendo, contrastando y comparando el esfuerzo y el trabajo de generaciones enteras de investigadores que nos precedieron. Compartan o no nuestras opiniones.

Y lo más fantástico de todo es que, si fracasamos en ese esfuerzo, tampoco importa. Porque aunque jamás consigamos demostrar empíricamente si existe o no vida tras la muerte, o en otros puntos del universo, etc, la visita a países y culturas lejanas; la interrelación con quienes se consideran testigos de lo inexplicado; y la consulta constante a bibliografía histórica, científica y humanística, para buscar explicaciones a los supuestamente anómalo, nos enseñara tantas cosas, que una vez más lo importante no será llegar a nuestra meta, sino el camino que recorremos mientras lo intentamos. Puede que haya otros mundos, pero en principio, están en este.

Por todo eso, investiga. Donde sea, como sea , lo que sea. Con pasión, con esperanza, con libertad. Busca, averigua, escudriña, inquiere, indaga, examina, husmea, fisga, escruta, explora, rastrea, persigue la Verdad sea cual sea y esté donde esté. Incluso aunque corras el riesgo de encontrarla.

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