Viaje crítico al
Templo de Shaolin en China
Llegué por primera vez a China en
el verano del 92 con mi maestro Zeng Yü. Meses atrás había convivido conmigo,
mientras organizábamos cursos por toda España. Durante ese tiempo tuve la
oportunidad de aclarar muchas de mis dudas con
uno de los “lobos” (así le denominan allá a los de su alcurnia marcial)
de estas artes. Zeng actualmente es rector de una de las dos universidades de
Wu-Shu en las que entonces pude estudiar.
En aquel momento uno de los
estilos que mas me fascinaban y quería aprender a toda costa era el archi
famoso “Shaolín Chuan”, el estilo de los monjes guerreros. Mi maestro un poco
contrariado cada vez que le pedía que me mostrase alguna de sus formas, me
explicaba que no entendía mi excesiva insistencia; después de todo en los meses
que estuve bajo su tutela me enseñó rutinas de todos los estilos más famosos
del Kung-Fu; tanto los originarios de la montaña de Shaolín como los de la de
Wu-Tang.
Dentro del primero hay infinidad de estilos y subestilos, de los
cuales pueden destacarse los famosos 46 sistemas, siendo practicado en aquella
época cada uno de ellos en una cámara especializada. De todos destacan tres
especialmente venerados: El Chang Chuan de origen musulmán anterior al templo,
el Luo-Han, practicado por los monjes guardianes y el propio del templo de los
abades, reservado a los pocos estos y custodiado en la primera cámara en celoso
secreto. Por entonces yo solo conocía el primero, poco del segundo y nada del
tercero y estaba ansioso por desentrañar sus secretos, así que finalmente mi
obstinada insistencia dió frutos y el accedió a acompañarme en un viaje que,
sin esperarlo, se convirtió en auténtica peregrinación a las fuentes.
Después de un agotador viaje en
tren desde Peking bajamos en Chenchou, la comarca del templo. Allí nos
aguardaba el comité de recepción de la Federación local de Shaolín, compuesta
por un conductor que se puso amablemente a nuestro servicio, dos profesores de
Kung-Fu/Wu-Shu y el presidente de la misma, además de un periodista que cubrió
la crónica de mi visita para varias revistas y la televisión. Nuestro propósito
era visitar ambos templos junto con la antigua capital del imperio Luoyang (la
montaña de los tres mil budas).
Tras de numerosas recepciones
comidas, cenas y agasajos de personalidades locales, el segundo día nos
dispusimos a visitar la tan ansiada
“meca del Kung-Fu”. Cuando llegó nuestra furgoneta lo primero que me sorprendió
fue la inmensidad de terrenos alrededor de la montaña sagrada que adornaban sus
faldas: decenas de escuelas plagaban el campo circundante con sus practicantes
al aire libre con sus trajes multicolores. Cada una de ellas con un estilo y un
maestro que sin duda pululaban por allí no precisamente buscando la paz
interior del silencio sino mas bien el bullicio de la fama. Fue mi primer
choque cognitivo que, como un flash inicial deslumbró mi ya maravillada y a la
vez perpleja vista. Me sentí mas sumido en una ciudad deportiva, de ambiente
casi cinematográfico que en el ámbito del misterio que tanto añoraba.
La primera visita fue al
instituto que el gobierno chino construyó al lado para dar albergue a los miles
de estudiantes chinos y extranjeros que cada año acuden allí a estudiar, o
simplemente van en paquetes turísticos organizados por agencias para visitarlo.
En
el pudimos presenciar diversas exhibiciones. Ingenuo de mi, yo
aún creía que un monje no se exhibía, y que sólo hacia “demostraciones”, como
me había aleccionado mi primer maestro. En uno de esos lapsos, movido por la
curiosidad al ver todo el séquito que me rodeaba, uno de los monjes con su
túnica se acercó a mi y con actitud que me pareció intimidatoria me espetó: “Enseñame
tu Chuan…” a lo que accedí procediendo a realizar una de las formas que
conocía. Creo que en sus rostros inexpresivos, acostumbrados a ver de todo,
había cierta mueca de aprobación aunque no se si tanto por mi buen hacer como
por su incuestionable interés en conseguir un billete para occidente… Segundo
choque cognitivo: yo creía que su paz espiritual excluía viajes o visitas
turísticas y más aun el apego y afán de protagonismo tan paradigmático de la
escuela Zen que se originó entre esas piedras.
Terminamos el acto sacro con un
dolor de huesos y un cansancio que nos propusimos aplacar en el autoservicio
anexo al instituto, al que nos acompañó nuestro amigo el monje, provisto de su gorra-visera
acomodada en su pelada cabeza al más puro estilo de un rapero. Poco después
manducábamos ansiosos: por primera vez, donde menos lo esperaba, ¡había comida
occidental! Toda una delicia para mi ya descompuesto estómago, castigado con
honrosas recepciones en las que lo sometíamos a duras pruebas gastronómicas,
con especias y licores de brindis que me hacían desear volver a los rigores de
los tatamis. ¡Ay¡ aquel guerrero del desapego miraba con ojos saltones el
banquete que sin duda por su humilde condición no podía permitirse… ese fue el
principio de una corta pero fructífera amistad.
Después de interminables
sesiones de fotos, preguntas,
presentaciones y etílicos brindis (en Shaolin como buenos monjes fabrican un
licor, creo recordar de 60º), por fin nos dirigimos hacia La Catedral del Arte
Marcial. Tal como había presenciado centenares de veces en los numerosos artículos y libros
publicados en occidente (siempre debidamente despejadas en un ambiente solemne
y solitario) llegué ante sus puertas, pero esta vez rodeadas de decenas de
turistas y periodistas. Estas abrieron para nosotros, antes de la hora de
visitas, para poder realizar mi sesión fotográfica, precedida
de un paseo por el que me
mostraron todas sus dependencias. Siempre acompañado por el ex-abad, un hombre
de unos setenta años muy amigo de mi maestro. En peregrinacionalasfuentes.blogspot.com pueden verse muchas de las fotos disparadas
allí, aquel día. Ellas son testimonio de lo que aquí relato, tanto en lo que
respecta a la grandeza de ese monumento, como a la evidencia de su huella
turística y sensacionalista.
Durante la sesión, mientras
filmaba sus adentros con mi cámara, de repente un manotazo inesperado sacudió
esta tirándola al suelo… perplejo al volver la mirada vi a un anciano ataviado
de monje profiriendo enrojecido de ira todo menos mantrams o letanías budistas
de la paz. Los turistas que ya circulaban por entre las figuras se quedaron
helados de vergüenza ajena mirando hacia mi. Inmediatamente apareció un individuo
vestido con un modesto traje gris (camuflado como uno de los barrenderos) que
al final resulto ser (según me explicaron después) uno de los tres “verdaderos
monjes” que por entonces vivían allí.
Con un gesto severo ordenó retirarse al
iracundo monje que, ya calmado, había dejado de “levitar”, bajando sus humos.
Al parecer el motivo de su enfado era que si yo filmaba todo aquello que estaba
vedado para los turistas, sin duda los occidentales dejarían de ir allí y
peligraría su trabajo. Otra disonancia aunque ya perdí la cuenta esta vez, pero
sin duda empezando a simpatizar mas con la realidad: los campesinos de la zona
sobrevivían al amparo del mito disfrazándose de su pasado. El gobierno chino
muy consciente de lo que esto representaba en Occidente, ya desde décadas
anteriores por obra y gracia del malogrado Carradine, no perdía punto ni pelota
en el juego. No sólo erigiendo en este, como en tantos otros templos de
sabiduría, lugares turísticos capaces de captar dividendos para su creciente
imperio. No importa que en un gobierno, que tiene de todo menos de budista, haya que enviar campesinos
disfrazados de monjes a realizar exhibiciones por todo el mundo para dignificar
estos, no precisamente a cualquier precio… Ni que decir tiene que como otros
templos del saber, empapados de historia viviente, merece la pena visitarlo,
pese al manotazo que rompió mi cámara.
No digo desde aquí que el
espíritu de Shaolin haya muerto, nada más lejos, pues los mitos como todos
sabemos nunca mueren. Pero en todo mito hay dos partes, una inmortal que nace y
crece en las conciencia de los que lo reviven y otra más terrenal que se
multiplica siguiendo no necesariamente los caminos más espirituales. El templo
del que aquí hablamos con toda su grandeza y esplendor es hoy una reliquia más
de las que nos lega la antigüedad. Un cascarón vacío de una historia ya
pretérita y de unos modos de vida ya anacrónicos que poco sentido tienen en la
sociedad moderna. Intentar adaptar el mito a la realidad moderna es matarlo,
tergiversar el recuerdo de sus hechos, nada mas contrario al ímpetu original de
quienes tuvieron el privilegio, o la desgracia, de protagonizar hechos heroicos
que, como en todos los mitos, terminaron siendo borrados (léase inmortalizados)
por el fuego de la posterior invasión manchú.
Desde entonces, por mucho que los gobiernos y
los “maestros” se empeñen en lo contrario,
el mito del “monje guerrero” es eso, un mito (mas real si cabe que la
realidad) que pervive no en las piedras ni en los abalorios y túnicas de los
budistas, sino en el sello endeble que este arquetípico estilo ha legado en
cientos de sistemas marciales de los que es origen y a la vez esencia. Ser un
Shaolín, como ser un Samurai o un Templario (arquetipos marciales vivientes de
sus respectivas culturas donde la espada y la cruz se unen) modernos, es
entender esto y vivirlo en el plano que le corresponde. Todo lo demás no es
sino escenificación, película, teatro y, sin desestimarlo, no merece más valor
que ese.
Vemos como muchos maestros, como
salidos de un circo, se empeñan en hacer famosa su práctica a golpe de
ladrillos rotos en la coronilla, de cuchillo doblado bajo la muda garganta, de
espinazo casi roto a base de faquirismos que solo conducen al engaño del
neófito. Ser “un Shaolin” nada tiene que ver con eso. Es mucho mas sencillo y a
la vez mucho mas profundo: el ejemplo viviente de ellos no fueron sus cabezazos
en losas de piedra ni lengüetazos en hierros al rojo, sino de de aquellos pocos
que, como en las Termóphilas, aunados por tu valor, hicieron frente a muchos.
Es el heroísmo guerrero unido al espíritu religioso el que triunfa inmortal ante los siglos perviviendo
en las conciencias de los que, en sus movimientos, encuentran dia a dia ese
hálito.
Ellos no necesitan levitar ni retar el fuego, saben que la batalla es
elevarse dia a dia sobre sus propios pies y no dejarse consumir por el ardor o
la pasión de las modas marciales o no...
Carlos Fernández
Maestro de Artes Marciales
4 comentarios:
Impresionante articulo!
Todo lo relacionado con los viajes hacia Oriente me gusta mucho ya que disfruto mucho llegar a nuevos destinos. Como el ultimo año realice un viaje a las vegas tenia ganas de este año poder ir hacia un nuevo lugar
deja de mentir...ni idea tenes...hablas puras estupideces
mira que un estudiante va a ingresar a el "templo mayor" ja jaaaaaaaaaaaaa
estas mirando muchas películas
para que te des una idea..."buda estuvo 13 años afuera...noche y dia para poder ingresar...y a vos te invitaron???"
otra estupidez muy grande...los monjes no manejan dinero, ósea que no pueden hacer presentaciones en publico...por dinero (no saben lo que es)
los monjes no hablan con nadie que no sea de su mismo templo
los monjes raras veces dan una exhibición fuera de su país
vos estarás hablando de los desterrados!!
monjes con túnicas que fueron echados del templo mayor...
lugar donde se puede ver tanto al Kilimanjaro como al Himalaya
por la altura del templo!!!
lugar donde nunca jamas se ha visitado sin invitación escrita (tehguha)
la cual imagino que me podes mostrar
solo son 144 en 93 años
imagino no la perdiste
(hablo de templo mayor) no de templo donde se filman hasta películas porno (que es un templo japonés en china)
Publicar un comentario